Hay una sombra en la esquina de la
habitación. Me mira, me mira, me mira como si sus ojos negros como
el pesar estuvieran anclados a mí. Me muevo con pasos temerosos, con
ojos cautos. Un paso aquí, vuelta a la silla. Un paso allá, vuelta
a la silla. No deja de mirarme, con esos enormes ojos de oscuridad
absoluta, como los agujeros negros que lanza el universo, que lo
absorben todo y no dejan nada para recordar. Ojos tan negros que la
luz comienza a apagarse en la habitación y entonces es ella la que
se mueve. Se mueve y camina y se acerca hacia mí con el deslizar de
una serpiente, reptando por el suelo que ahora ya no se ve, escalando
paredes que empiezan a caerse encima de mi cuerpo acurrucado en la
mecedora.
Arriba, abajo, arriba, abajo. El
chirriar de la madera se me cuela por los huesos, me hiela el corazón
mientras las sombras dejan de ser sombras y se convierten en pura
oscuridad, ausencia total de luz. Me he quedado a oscuras, con los
ojos clavados en la bruma del negro, que me devuelve la mirada como
diciendo: hola, soy yo, ¿te acuerdas de mí?
Y maldita sea si no me acuerdo, ese rostro sin rostro, esa sombra tan
grande que ocupa el espacio de una ciudad en una isla diminuta. Es
esa expresión que me conozco de memoria, esa que veo cada día
cuando miro hacia la esquina burlona de mi habitación. Es ese cuerpo
sin definir que me acompaña por todos mis pasos, por cada viaje que
mis piernas deben llevar a cabo día sí y día también. Y lo peor
es que ni siquiera es mi propia sombra. No, ésta está tan aterrada
de la oscuridad reinante que parece acosar mis movimientos que ni
siquiera se atreve a aparecer. Se me esconde por los pies y se queda
ahí, a salvo del temor de ese negro más grande y más malo, ese
Hombre del Saco sin forma ni rostro ni voz y mucho más aterrador que
cualquier monstruo que aceche dentro del armario.
Le
miro y me devuelve la mirada y es cuando empiezo a temblar. Yo, un
hombre hecho y derecho, un ser lógico y coherente, teme a la
oscuridad como un niño al que le cuentan historias de terror antes
de ir a dormir. Yo, que me yergo como rey y señor del mundo, estoy
acurrucado en un rincón de mi habitación porque temo a la
oscuridad, porque temo a la sombra que me mira sin ojos, que me habla
sin voz, que me susurra verdades que me destrozan los oídos y el
alma. ¿Será cierto eso que dicen? ¿Será verdad que cuando uno
cree vivir en la luz pero se esconde en los rincones oscuros, las
sombras le cazan por la noche para mostrarle la realidad de la que
huye? Porque, si es así, temo no dejar esta silla en lo que me queda
de existencia.
Miedo, está claro que lo que tiene es miedo. Aunque el final me ha descolocado, porque yo pensaba que tenía fobia a la oscuridad, a la soledad... Pero el final me hace pensar que también tiene miedo a la realidad, que quizás esa sea su realidad.
ResponderEliminarBuena entrada, me ha gustado.