La gente tiene una
cierta predilección por odiar a los que ríen. Las sonrisas las
toleran más, pero no tanto como deberían. El mundo en general ve
las sonrisas y las risas y las carcajadas que dejan sin aire en los
pulmones como una amenaza a la integridad, a la necesidad de contener
emociones, de salvaguardar una absurda elegancia. Como si reírse
fuera malo para la salud, como si sonreír disparara un veneno a los
que están a tu alrededor. A la gente no le gusta ver sonreír a
alguien por la calle cuando van solos, ensimismados en sus mundos;
les aterra. Les insufla un tipo de miedo incoherente que les hace
acabar relacionando a esas personas con locos, porque solo los locos
pueden reírse así, porque sí. Las sonrisas las envía el diablo
porque, ¿qué tipo de mente insana osaría disfrutar de la vida, de
las absurdas contiendas del día a día? ¿Quién en su sano juicio
se atrevería a lanzar una carcajada en medio del peor momento de su
vida? Nadie, porque la gente cuerda, la gente en sus cabales
cuadriculados no puede hacer tal cosa, no entra en sus retículas
siempre perfectas de cómo debe actuar uno en cada instante de su
vida.
El problema está
en que la vida no sigue reglas, ni directrices, ni ninguna norma más
allá de las suyas propias. La vida, que es lista como un zorro,
espera hasta el momento en que estás más seguro en tu cómoda
rutina sin incidentes y te lanza de cabeza a un vacío al que solo
puedes enfrentarte con risas, o sonrisas, o una leve expresión de
desahogo en los ojos. La vida, a pesar de lo que creen los ingenuos,
no está hecha para el control ni la omnipresencia porque ningún ser
humano tiene la capacidad de abarcar tales cualidades. La vida, que
es sabia y perra a partes iguales, que es madre e hija del mundo,
tiene el supremo conocimiento de que la felicidad, a pesar de la
creencia popular, no se consigue actuando dentro de un marco. La
felicidad, tan conectada a esa diosa madre que nos hace respirar,
viene dada por el cambio, por las sorpresas, por la variación,
aunque nimia, de nuestro día a día.
Aunque ese mínimo
cambio sea, simplemente, una carcajada lanzada al aire así, porque
sí.
Es tan real y verdadero este texto que me ha provocado un escalofrío. La risa está tan mal vista que no me extraña que estemos así de grises. Lo peor de todo es que provocamos que los que sonríen por nada tengan miedo a hacerlo y así la extinción de esa preciosa manera de sonreír por nada.
ResponderEliminarabrazo
de oso polar.