Levantarse dos horas tarde como pequeña rebeldía contra la autoridad paterna. Ducharse con la música demasiado alta en desafío a los gritos de la madre, que se acallan con los agudos y los bajos. La ropa, un poco demasiado corta, un poco demasiado apretada. Los gritos vuelven a oírse cuando la madre entra como un bólido en la habitación y ve los pantalones demasiado apretados, los pechos demasiado altos, la piel del escote demasiado expuesta. Grita mientras la apunta con un dedo, mientras escupe insultos y fatalidades, mientras tira por la borda todo resquicio de amor que pudiera mantener en su cuerpo. Grita mientras Ofelia la mira con una sonrisa demasiado indiferente en una situación desgarradora como para creer que es la primera vez. 
La madre la acusa de ser demasiado y Ofelia se baja más la camiseta. 
La madre la acusa de ser demasiado poco y Ofelia se roza el cuerpo y le lanza un beso. 
La madre la abofetea y Ofelia lanza una carcajada antes de cerrarle la puerta en las narices. 
Pasa el cerrojo y ríe un poco más fuerte cuando la madre aporrea la puerta y la castiga hasta quedarse sin voz, mientras Ofelia se va al baño y delante del espejo se perfila los labios de un color escarlata que transgrede todas las normas de la madre y del padre y del supuesto hogar. Enmarca los ojos con kohl negro a conjunto con su atuendo que es demasiado y demasiado poco y vuelve a sonreír mientras la música acalla a la madre, que ahora solloza sin dejar de gritar improperios. Ofelia se mira los labios, tan grandes y saltones en el tinte artificial que no puede evitar sentirse absurdamente contenta ante ese mísero acto de rebelión, que a la madre va a afectarle tanto. Y ríe y ríe otra vez y vuelve a hacerlo cuando abre la puerta y la madre la acusa de ser todo lo que es ella misma antes de desaparecer por la puerta y hacer, exactamente, todo lo que la madre odia de sí misma y se refleja sin remedio en la hija. 

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Las partes que forman mi alma están aquí expuestas, ¿me muestras algunas de la tuya?